Hasta hace muy poco había días en los que pensaba que no debía desconectarme nunca como forma de compensar el gran “privilegio” que tenía por trabajar siempre de manera remota. Había días en los que, muy equivocadamente, pensaba que no hacía lo suficiente y que incluso no merecía tener el mismo sueldo con respecto a las personas que trabajaban en la oficina. Nada más alejado de la realidad.